Los crimenes del oficinista
Aquel oficinista llevaba un minucioso registro de sus crímenes. Cuando el policía fue a arrestarlo descubrió todos los cuerpos troceados en cuartos. Las cabezas estaban debidamente archivadas y clasificadas en sobres Manila de tamaño carta, oficio o extra oficio, según el caso. Cada una tenía su respectiva etiqueta amarrada a la lengua morada. Las armas homicidas -pinchapales, pisapapeles, engrapadoras de grapas corrugadas, dispensador de teipe y cenicero estadar- permanecían correctamente alineadas sobre el escritorio de fórmica beige proclamando su engañosa inocencia. En un informe que reposaba sobre la mesa, el oficinista daba cuenta a las autoridades de cómo había matado a cada una de las víctimas.
-Si no hubiera sido tan ordenado- dijo sonriente al oficial que lo esposaba - jamás me habrían descubierto.